08 octubre 2007

El privilegio de ser un loco

Para poder pensar en las propias raíces, primero, hay que arrancarlas, hay que prender fuego al árbol genealógico, a lo que nos han dicho que somos, a los deseos fabricados, a toda forma que nos distancie de nuestro auténtico destino, es imprescindible para comenzar a crear desde cero, es decir, para rescribir nuestra historia y no conformarse con vivir la de otro.


Sin embargo, comenzar a revolver en las miserias que generación tras generación hemos acumulado en nuestro inconsciente, no sólo es apestoso, sino que mancha, marca y salpica a los seres más queridos.

La ambición metafísica del ir más allá del “querer ser” entra en conflicto con la perseverancia del “ser querido”. Porque si estás siempre a mi lado no me dejas ver lo que hay detrás.
Y es que el pensamiento no sabe nada de amar, pero sin amor sólo se piensa, únicamente se nos autoriza a lo que el pensar admite, aunque esto sea en realidad el suicidio reflexivo de la vida, la prisión del pensamiento.

Para pensar libremente antes hay que librarse del pasado, desposeerte de lo que te posee y posees. Entonces, te quedas solo y puedes discernir mejor los límites del mundo que te comprende. Un error en el sistema te saca del camino que han marcado para ti los procesos normales de personificación. La persona que querías ser ya no es una imagen fetiche fruto del deseo insaciable de consumir estilos de vida inalcanzables, sino una fuerza centrífuga, una máscara con la que destruir lo que te destruye, olvidar el tiempo de vida, borrarlo para poder espaciar tus ganas de vivir juntos y también revueltos, la ampliación del espacio vital que pasa a ser tu propia vida.

No hay salida, no hay afuera, como el trabajo incesante de un guerrero que se levanta cada mañana después de haber muerto en la noche.
El pensamiento ha desnudado tus ganas de amar, y entre los dos persiste una relación en la que se encarna el carcelero que se ríe de nosotros porque nos tiene encerrados.
El mundo abandonó a las personas que vivían libremente, a su fuego, y a su suerte, se refugió en los libros dejando un desierto emocional a su paso. Y ya maldito, contagiado, marcado por el delito de libera
ción de las posesiones, se hizo maestro, predicador de la vida, profesor de cátedras llenas de vacíos tras los que esconderse. Pero si el mal no puede erradicarse nunca del todo, si no puedes con tu enemigo, extiéndelo, propaga tu peste hasta convertirla en un malestar colectivo, en una espalda común en la que repartir el miedo.

No han dejado alternativa, pero sí miedos para seguir viviendo, para seguir temiendo a la vida. Si los límites del mal cada vez se desplazan más lejos, sólo se puede intentar experimentar con ellos; con los ojos y oídos atentos, con la cabeza y el corazón abierto, la impotente rabia de la marginalidad de pensar por uno mismo lleva a la alianza de huérfanos de la vida, de discípulos que se convencen de lo que ya estaban convencidos, de que dicha alianza nos pueda llevar algún día más lejos de lo que solos nunca hubiéramos osado llegar.

Para tal sacrificio se necesita un espacio en blanco en el que inseminar la propia ceremonia religiosa, poner el malestar a trabajar al servicio de unas ideas peligrosas. Allí se vomitará el dolor de atreverse a ser y como siempre caerá sobre las espaldas más fijas y doloridas, que no precarias ya que no suplican una nueva vida, ni política ni privada, para ellas la resistencia es no aceptar las reglas de los que piensan que nuestras vidas les pertenecen.

Mi amiga y yo saltamos al otro lado del espejo para olvidarnos de quien es quien, para borrar el pensamiento y aceptar el amor irracional, anular el vacío, abriendo un camino alternativo; morir de racionalidad para vivir con amor.
Gracias a la discoteca en la que bailan las neuronas de la memoria colectiva en su sincrónica danza de amor y de muerte, pudimos esquivar a la estafa del secuestro anónimo de las ganas de vivir de las mentes tiernas y jóvenes… Pero lo bueno de luchar contra la realidad virtual que nos han metido en la cabeza, es que puedes rescribirla con el corazón en la mano.

Poseí una alianza de amigos para contagiar mis ganas de vivir.
Empuje a un discípulo al supervivir del vacío.
Encontré a una amiga para alimentar mi hambre de amor.

Lo importante es que gracias a la superabundancia de insatisfacciones de la propia vida puedes nuevamente resucitar en una forma más sencilla; amar, crear, creer, cuidar. Desafiar a la vida gemela a dar el salto imposible que la saque de sus formas. Desordenar el orden, pensar contra el pensar, vaciar el pensamiento, desaprender lo enseñado, iniciar tu vida desde cero, aprender de ella lo único que te interese o te sea necesario, no lo que los demás quieran que aprendas, puesto que entonces no se tratará de ser educado, sino de domesticar tus instintos, tú autentica razón de existir.

Es momento de cobrar las deudas, de imponer nuestro impuesto de vida a las fuerzas de la razón universal que proyectan el sentimiento de soledad que nos provocan con el anonimato.

Como nuestras vidas anónimas están llenas de resentimiento y alegre rabia vengativa, superabundantes de odio e ilusión, están marcadas y apestadas por el contagio del pensamiento correcto, de la necesidad de ser normal y de pagar con la vida la perdida de la propia identidad, atreverse a morir, para volver a nacer, siendo ésta vez el único dueño de los pasos de nuestra vida, ser un loco tiene inconvenientes, pero también privilegios y a veces es mejor ser un loco que vive libremente que vivir siendo un cadáver.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ya ningun@ vivimos libremente, ni tan siquiera los loc@s :-(
Somos esclav@s de este sistema.

Anónimo dijo...

Brutal texto.